27 de diciembre de 2020

HISTORIAS DE NAVIDAD

 A propósito de las fiestas festivas de fin de Año vienen a mi memoria dos episodios vividos aquellos años en la que solíamos retornar al barrio casi religiosamente para compartir con nuestras familias y con los amigos de siempre las celebraciones de navidad y año nuevo. Todo esto implicaba contar con los recursos para poder afrontar la seguidilla de compromisos que se programaban y que no podíamos dejar de asistir. En esa época la mayoría estudiábamos y casi siempre las monedas escaseaban en nuestros bolsillos, la mesada de diciembre se esfumaba en navidad y había que hacer malabares para conseguir recursos con vistas a la fiesta del 31 en el Victoria.

Es en este momento de mi relato que aparece un personaje entrañable e impensable que, por dos años consecutivos, nos solucionó el problema de las fichas. Me refiero al recordado Roberto Bel, mas conocido como el "loco Bel", quien junto a su familia poseían varios negocios relacionados a la pesca (pesquera Anabel) y agricultura. Estamos hablando de un 30 de diciembre de 1980 o 1981, estábamos un grupo de patas lateando en la curva, en la casa de Correa donde funcionaba el taller de tapicería de Julio Miranda, de pronto aparece el flaco Roberto, como enviado por Dios, buscando gente para un cachuelo. Éramos cinco o seis, no recuerdo bien, pero todos nos apuntamos, no faltaba más. Resulta que el loco tenía una casa en Chorrillos que nadie ocupaba por años y que necesitaba ponerla operativa en un santiamén porque su hembrita, que después sería su esposa, venía de Lima a pasar año nuevo y necesitaba urgente acondicionar su "nidito de amor". Al enterarnos de la naturaleza de la chamba pensamos que la cosa era pan comido, una limpiada, barrida, regada y asunto resuelto, billetito al bolsillo. Nada mas lejos de la realidad.

Ya desde la llegada al lugar nos dimos cuenta que la cosa no iba a ser tan sencilla. La fachada era inmensa y al entrar, después de recuperar la visión debido a la oscuridad total que nos sorprendió, nos encontramos con uno de los lugares mas lúgubre, atemorizante y olvidado que había conocido hasta entonces. Se trataba de una vieja casona de dos niveles, pero no de dos pisos. Me explico: lo que sería el primer nivel era un solo gran ambiente cruzado por callecitas bordeadas de piedras y que tenían nombres de ciudades. Todo el suelo era de tierra y lo único que había era unos cuantos muebles antiquísimos y destartalados que daba miedo tocarlos porque parecía que se iban a pulverizar. Habían unas redes que colgaban de las paredes a modo de decoración, pero  lo que también colgaban, y estaban por todas partes como una plaga, eras las telarañas, algunas de las cuales llegaban hasta el suelo. El segundo nivel, donde estaban los dormitorios, era una continuación del salón principal pero en subida debido a que la casa estaba construida pegada al cerro. Esta demás decir que todo en la casa estaba impregnado de una gruesa capa de polvo que se había acumulado desde tiempo inmemorial. Menuda tarea y gran faena en la que nos habíamos metido aquella calurosa tarde. El loco nos anticipó que no había corriente eléctrica, así que toda la chamba se haría en tinieblas y en un ambiente que, cada minuto que pasaba, se hacía mas tenebroso a pesar que todavía eran como las tres de la tarde. Bajo de su camioneta escobas, baldes, trapos y demás bártulos, nos informó que regresaría a las 7 de la noche y nos dejó. El primer conflicto que se creo fue decidir quienes limpiaban el salón y quienes  se "sacrificaban" yendo a los dormitorios. Decidimos que primero todos limpiaríamos abajo y después subiríamos por el resto. Fueron cuatro horas interminables que dedicamos a hacer mínimamente habitable aquel lugar digno de las mas escalofriantes películas de terror que había visto en mi vida. Recuerdo que solo uno de los tres dormitorios estaba presentable y, asumiendo que era el que ocuparían los tórtolos, tuvimos la deferencia de hacer una "limpieza de salón" dejando el ambiente lo mas pulcro posible para los lances que, por descontado, se librarían horas mas tarde. La cosa es que a la hora fijada llego el dueño de casa junto a su jerma, una flaquita que nos pareció simpática y buena gente. Roberto se sorprendió gratamente de lo bien que había quedado el lugar y procedió a retribuir el servicio prestado con una paga que alcanzó con crecer a solventar la celebración de los días siguientes.

Esta experiencia vivida hace 40 años siempre viene a mi memoria en estos días de diciembre y quisiera resaltar algunas reflexiones al respecto. Primero, el estar siempre consciente de nuestros orígenes en donde la vida en muchos casos era muy dura y siempre se andaba con lo justo y necesario; y esto es muy importante para tener siempre los pies pegados a la tierra conservando la humildad y la decencia. Segundo, el valor inmenso de la amistad porque episodios como el que acabo de narrar solo suceden cuando un grupo de carnales se pone de acuerdo para lograr un objetivo común y disfrutan del trabajo en equipo, esto sirve para hacernos mas solidarios y misericordiosos. En tercer lugar, la suerte de haber vivido en un lugar con tanta fantasía, con tantos rincones llenos de magia; el Puerto siempre será una fuente inagotable de historias por descubrir y contar. Y por último, el recuerdo imborrable de un personaje que, sin ser amigo del barrio ni haber tenido una cercanía importante, apareció en nuestras vidas en el momento preciso para dejar esa única huella que lo hace inolvidable. El Loquito Bel se fue de este mundo hace buen tiempo pero siempre lo recordaré por su talante bonachón y servicial, pero sobre todo por esa experiencia casi sobrenatural que viví en una casa de otro mundo, con amigos de otra época. 
Al comienzo mencionaba dos relatos, es cierto hay otra historia, pero eso será para otra ocasión ...

27 de febrero de 2020

CRÓNICA DE UN REENCUENTRO SOÑADO (Los Amigos de mi barrio 2)

"Algún día nos volveremos a encontrar, quizás en la Fiesta de la Cruz, o en San Pedro, de repente un 28 de Julio, una navidad o un año nuevo, a lo mejor en un caluroso día de febrero sentados en las arenas de la Tarraya o un domingo por la tarde en el estadio viendo un clásico Cristal-Victoria. Lo más probable es que sea un sábado por la noche en la esquina del 2do pasaje, fumando el último cigarrillo de la jornada."
Así terminaba mi relato sobre "los amigos del barrio", que escribí el 27/01/09, con la esperanza de que ese reencuentro se cristalizara "algún día". Y ese día llegó. Este 22/02/20, después de casi 40 años, nos volvimos a ver los amigos de toda la vida. Y, aunque fue un sábado de febrero, no fue en la esquina del 2do pasaje, sino donde tenía que ser: en nuestro querido Tercer Pasaje. En el año 1980, no estoy seguro si fue después de un paseo a la fortaleza de Paramonga o en una reunión en "las brisas" donde, presintiendo que, esa invariable costumbre de reunirnos 3 o 4 veces al año estaba llegando a su fin, hicimos la firme promesa de volver a juntarnos dentro de 10 años, ósea en 1990. Esa promesa nunca se cumplió y tuvieron que pasar cuatro largas décadas para ver al grupo nuevamente reunido.
Sospecho que, para todos igual que a mi, llegábamos a este momento con la inquietud de querer saber cuánto habíamos cambiado y qué había sido de nuestras vidas en este tiempo que transcurrió. Mi impresión ha sido rotunda: pareciera que el tiempo se hubiera contraído, es más, se hubiera estancado, porque después de los primeros abrazos y saludos, me dí cuenta que nada ni nadie había cambiado, que seguíamos siendo los mismos de siempre, como si esa reunión la hubiéramos planificado igual que como quedábamos en vernos en Pan de Azúcar después de haber compartido el Año Nuevo. Que alegría me invade el poder comprobar que esos lazos de unión, cariño y amistad que se forjaron hace mucho tiempo, permanecen incólumes e inalterables al día de hoy y, que con este esperado reencuentro, lo hemos reafirmado y reforzado.
Es cierto que hemos estado muchos, pero no todos. Las agendas de último momento, las distancias geográficas insalvables o la falta de contacto han jugado en contra para que muchos amigos no puedan haber participado; es comprensible y seguramente tendrán su oportunidad de desquitar la ausencia en la próxima reunión. Es cierto también que el grupo se ha incrementado porque ahora participan amigos, no solo de una, sino de dos o mas generaciones sin que se sienta la diferencia de edad a la hora de juntarnos a confraternizar. Todos somos una sola collera y esto, creo yo, que es una de los grandes aciertos que deja este episodio del sábado 22, con miras a futuros encuentros: ya no somos sólo un grupo de amigos íntimos, ahora somos una familia con una misma idea y un solo espíritu.
Todos los amigos que llegaron ese día al Tercer Pasaje son entrañables y cercanos. Todos colaboraron de una y otra forma con el éxito de tan memorable jornada. Quiero personificar a todos los que llegaron en una persona que, estoy seguro todos coincidirán, fue el alma del grupo en los primeros tiempos, que estuvo ausente por décadas y, a quien felizmente, hemos recuperado; me refiero a nuestro hermano: Jorge Tineo Godos. Yorch no nació en el barrio ni creció con nosotros; pero desde que apareció en nuestras vidas nos dio tal ejemplo de humildad, sencillez, sinceridad y perseverancia que se gano inmediatamente un lugar en los amigos del barrio. Creo, sin temor a equivocarme (parafraseando a mi viejo), que en Jorge se resume el espíritu, el corazón y la fortaleza de nuestro grupo. No te vuelvas a perder tanto tiempo estimado amigo.
En cuanto a lo que se vivió hace 5 días lo puedo resumir en dos palabras: emoción y nostalgia. Cada saludo, cada abrazo, cada gesto que se sucedieron a lo largo de todo el día fueron el marco perfecto para coronar una jornada inolvidable plagada de remembranzas y anécdotas que nos llevaban a otros tiempos. Cada recuerdo nos remontaba inevitablemente a esa etapa tan especial de la vida como nuestra adolescencia y juventud. Y la pasamos bien. Y nos sentimos contentos de haber compartido un instante de nuestras vidas con la gente que compartió nuestra vida en muchos instantes. Y recordamos con cariño y pena a los que se fueron muy pronto pero que siguen siendo parte de esta historia. Y brindamos por el bienestar y felicidad de cada uno de nosotros y de nuestras familias.
Y es cierto, volvimos a estar, un caluroso día de febrero, sentados en las arenas de La Tarraya. Volvimos a caminar sobre sus porosas rocas contemplando el inmenso azul del Pacífico y disfrutando de un merecido chapuzón en sus gélidas aguas como un fin de fiesta perfecto.
Algún día nos volveremos a encontrar, quizás en el tercer o segundo pasaje, de repente en un cumpleaños, una celebración o una despedida; a lo mejor un hermoso día de julio rememorando esa última caminata de hace 40 años o un domingo por la tarde disfrutando una pachamanca en la huerta de don Miro. Lo más probable es que sea un sábado cualquiera, en una esquina cualquiera compartiendo el último recuerdo de nuestras vidas. Hasta entonces ...

Que Dios los bendiga siempre.




25 de marzo de 2012

ADIOS GILBERTO




Nos conocíamos de casi toda la vida. Aunque Gilberto era casi 3 años mayor, quiso la casualidad, por aquel lejano 1970, que coincidiéramos en el mismo salón del tercer año de primaria de nuestra querida escuela 410 (después 20524). ¿Cuál fue esa casualidad? Un año atrás –yo todavía estudiaba en el San Judas Tadeo- jugando pelota, un viejo conocido llamado Toño Ramos colisionó con el flaco y le rompió la pierna, lo que a la postre le llevaría a perder el año escolar; así le di alcance. Éramos un grupo de mozuelos oriundos del Barrio de La Victoria, estaban Gilbert, Papi Romero, Joselito Chavez, Fernando Perea, Cesar de la Cruz, Ángel Cavero, entre otros. Gilberto siempre fue brigadier del salón por lo que desde esa época ya se preocupaba por estar bien presentable con el uniforme planchado, los zapatos brillando y el pelo bien acicalado; además era bien coco, prueba de ello es que siempre se sacaba los diplomas de aprovechamiento que entregaban en las clausuras. Esos años iniciamos nuestra amistad. Aunque fuera de la escuela no lo veíamos mucho, él vivía por la curva y la mayoría de nosotros éramos del segundo y tercer pasaje, los momentos que más recuerdo de aquella época era cuando el grupo, antes de ir a la escuela, se reunía en el muro al frente de la casa de papi y de allí nos íbamos al puerto un día por la playa y otro por el cerro, un día llegábamos con los zapatos mojados y el otro empolvados. El flaco siempre se las ingeniaba para llegar al salón en forma impecable.

Terminada la escuela, la mayoría fuimos a estudiar la secundaria al Billinghurst de Barranca, Gilberto tomo rumbo sur y paso al Vidal de Supe. Casi toda la secundaria perdimos contacto aunque de vez en cuando se dejaba caer por el barrio, algunas veces para jugar un partido de fulbito en el potrero que quedaba a la vuelta del tercer pasaje y otras de paso para ir a la chacra que tenía don Emilio, su padre. Givi Givi, como algunos lo llamaban, era bien hábil con la redonda, jugaba arriba cabreando y metiendo goles. A mediados de los setentas participábamos en cuanto campeonato de fulbito se organizaba y el flaco era titular fijo en cada equipo que presentamos, me viene a la memoria el Flecha Roja y Brasil, tremendos equipazos. También llegó a jugar en primera en el club de sus amores El Sport Juventud Victoria.

Al concluir la secundaria, en 1978 todos enrumbamos en busca de nuevos horizontes y mejores oportunidades. La mayoría de los patas recaló en Lima, yo viaje a Trujillo. Un año después nos volvimos a encontrar. Gilbert se vino a vivir con un tío cuya casa estaba ubicada en la misma calle donde residían los Landazuri (coincidencia). En Trujillo vivió 3 años y estudio contabilidad en un Instituto donde (otra coincidencia) enseñaba un tío mío. En esos años nuestra amistad se hizo más fuerte. Por acá estaba laborando un viejo amigo, Toño Ramos (más coincidencias), también por un tiempo estuvo César de la Cruz y mi hermano Luis ya había llegado , así que de vez en cuando todos nos reuníamos y pasábamos buenos ratos. Recuerdo que los sábados era obligado ir al cine y los domingos a misa de 7 pm en la Catedral, después una vuelta a la plaza de armas y rematábamos la noche comiendo un pollito en el ABC. Eran buenos tiempos, la vida tranquila, no teníamos ningún apuro por llegar a algún sitio y a la mínima oportunidad que se nos presentaba siempre había un bus en la ruta que nos devolvía a nuestro barrio, allá en el Puerto, para reencontrarnos con la familia, los amigos y nuestra tierra.

Cuando regreso a Supe (siempre volvía para quedarse) comenzó a trabajar en el área administrativa de la Capitanía, fue por esa época que comenzó a hacerse conocido como Romerito. Recuerdo que su jefe era don Toribio Núñez y le llego a tomar tanto aprecio que lo consideraba como un hijo. Fue precisamente don Toribio quien lo animó a estudiar en la Universidad. Después de varias idas y venidas siguió el consejo de su jefe y comenzó sus estudios de contabilidad en la Universidad. Por esos días se formó en el barrio un grupo muy especial y entrañable que conformaban Joselito, Freddy, George, el flaco y un servidor (cada vez que estaba). Creo que ninguna collera fue tan unida como aquella, íbamos juntos a todos lados, éramos uno para todos y todos para uno. Eran inicios de los 80s y fueron los mejores años de nuestra juventud. Lamentablemente, al cabo de un tiempo, cada uno tomó rumbos diferentes y nunca más volvimos a reunirnos.

Gilberto se fue a vivir a Lima a continuar sus estudios en la San Martin, fue allí precisamente donde conocería a la que después sería su esposa: Carolina, madre de sus dos hijas Carla y Alexandra. Un día se apareció por Trujillo de la mano de una joven, morenita ella, y nos comunicó, a Jacque y a mi (que éramos novios), que se habían casado y que estaban de luna de miel. Tuvieron el lindo gesto de llevarnos una buena porción de su torta de bodas; se les veía una pareja feliz y siempre comentábamos que después de tantas correrías nuestro amigo por fin había hallado la estabilidad y armonía que andaba buscando en la vida. Cada vez que me encontraba con él me hablaba con entusiasmo de su familia, de sus hijas, de la casa que estaba construyendo para ellas, de sus viajes a Ica donde pasaba momentos inolvidables, en fin creo que para él esos fueron buenos años y los disfrutó plenamente.

Entrando a los 90s también forme una familia, y así como él decidió que nuestra querida amiga Vicky fuera la madrina de su primogénita Carla, un día lo llame para comunicarle que iba a ser el padrino de mi hija Alejandra Belén, no lo pensó dos veces, acepto y viajo desde Lima para el bautizo. Ya desde hacía muchos años atrás nuestra amistad se había estrechado tanto a tal punto que ya lo consideraba como un hermano más y parte de mi familia, siendo este nuevo vínculo de compadres una muestra más del aprecio y estimación que siempre nos tuvimos. Años después viajó a los Estados Unidos persiguiendo el “sueño americano” que lamentablemente no pudo concretar. Al poco tiempo de su regreso al Perú, me entere con mucha pena que su matrimonio había llegado a su fin. Supongo que la incompatibilidad de caracteres fue el detonante. El caso es que “nuestro amigo” regresó nuevamente al barrio (siempre volvía, esta vez sería para quedarse definitivamente) y fijo su residencia en Barranca.

Ya estando en el siglo XXI, mis viajes al puerto se hicieron más esporádicos, y fueron pocas las veces que nos volvimos a ver. En algunas ocasiones se daba un salto por Trujillo y nos venía a visitar, en una de esas llegó con Karin, hacía poco que habían decidido ser pareja y se les veía muy bien. Estuvieron juntos un buen tiempo pero, al final, fue otro “intento fallido” en su constante búsqueda de una pareja que se amoldara a su forma de ser. Después, hace dos años más o menos, me enteré que una enfermedad letal lo estaba aquejando y que poco a poco le estaba ganando la batalla, hasta que finalmente el pasado 18 de marzo la perdió.

Gilberto era de esas personas que pasan por tu vida y la cambian de una u otra manera. Yo, personalmente, siempre lo veré como un ser que a pesar de haber acumulado mucha “experiencia” en la vida, siempre conservó el “alma de niño”. Nunca perdió ese aire juguetón, esa alegría desbordante y esa actitud inocente e infantil que nos deleitaba y contagiaba las innumerables ocasiones que disfrutamos de su compañía. Fue un amigo leal a carta cabal, siempre estaba dispuesto a compartir su tiempo y sus recursos, siempre estaba presente en el momento preciso. Era bohemio y divertido, fiestero y bailarín. Pero también fue un ser muy espiritual. Era uno de los pocos que usaba hábito en la procesión del señor de los milagros y se le veía a menudo cargando las andas de la Virgen del Carmen, la Cruz de Motupe o la Cruz de Pan de Azúcar del que fue fervoroso devoto. Y si de mujeres se trataba, el flaco siempre tuvo un magnetismo especial con el sexo opuesto lo que hacía que rara vez le faltara compañía; no sé cuantas le llegaron al corazón. Yo , al menos, lo vi muy ilusionado 3 o 4 veces. Creo que esa fue unas de las cuentas pendientes que dejó en este mundo, no haber podido mantener una relación estable y duradera en el tiempo, no haber podido consolidar una familia y un hogar que es lo que nos da la motivación para seguir luchando por algo y por alguien. Pero él era así, si algo lo caracterizaba era ese aire de libertad y desenfado que siempre lo acompañó y es por eso que muchos instantes de su vida la “soledad” fue su mejor compañera, la que nunca lo abandonó.

Hoy has emprendido el último viaje querido amigo y contigo te llevas una buena parte de lo mejor de nuestras vidas. El barrio no será el mismo sin tu alegría y tus ocurrencias. El camarada que siempre nos esperaba para dar inicio a la función se ha ido para siempre. Para quienes compartimos contigo un sinfín de momentos inolvidables va a ser muy difícil acostumbrarnos a tu ausencia. Pero la vida tiene que continuar y mientras tú, seguramente, ya habrás encontrado la paz y el amor de Dios; nosotros seguiremos, algún tiempo más en esta vida terrenal, añorando “aquellos años maravillosos” en los que tú fuiste el actor principal...

Hasta siempre amigo del alma…






21 de diciembre de 2011

REFLEXIONES DE FIN DE AÑO (I)

Es una verdad ineludible que el estilo de vida de las gentes ha cambiado de una manera sorprendente y hasta dramática diria yo. No se vive hoy como hace 30 o 40 años. Hoy todo es más rápido, más saturado, no hay márgenes, espacios ni tiempos suficientes. Ahora mismo estoy escribiendo sentado en el auto, aprovechando unos minutos mientras espero a mi esposa que ha bajado por una diligencia. Y es justamente en esta época de fin de temporada, de ambiente navideño y jolgorio por despedir un año mas (o menos), en que la diferencia a la que aludía al comienzo se hace más evidente.

Para muestra un ejemplo. En mi época el último día de clases marcaba el inicio de la mejor etapa del año: las vacaciones. Lo que quedaba de diciembre y los tres primeros meses del nuevo año (completitos desde el 1° de enero al 31 de marzo) eran días de extremo reláx, alegría plena y felicidad total. Y esto por muchas razones, algunas de las cuáles paso a mencionar:

La primera y fundamental es que no existía aquella frase de "VACACIONES ÚTILES" que traducida al lenguaje de los chavales versión 2011 podría equivaler a: "más de lo mismo" (más estudio, mas academia, piscina, tae kwon do, pintura, computación, y no se que otras cosas más que los mercaderes del summer business inventan para mantener ocupados a nuestros retoños mas tiempo del que lo hacían los profesores en el colegio).

Otro motivo que teniámos para gozar de las vacaciones es que era época de viaje, bueno mi familia siempre iba a Trujillo, lugar donde vivía la familia de mi madre. Nos reencontrábamos con los tios, los primos y salíamos a conocer lugares nuevos y diferentes. Recuerdo que una vez fui al estadio mansiche a ver un Manucci-Municipal sin saber que iba a tener la suerte de ver en persona las genialidades del "cholo" Sotil. Una experiencia irrepetible.

Una razón mas, en vacaciones nos juntábamos no solo los patas de siempre sino que también llegaban al barrio los primos y primas de muchos de ellos y se quedaban toda la temporada, tiempo suficiente para iniciar o fortalecer una linda amistad o algún romance de verano.

Otra; todo febrero se jugaban los carnavales como Dios manda: globos de agua, chisguetes, betún, polvos, pica pica y se remataba con el tradicional arbolito. Como no recordar ese lavadero de granito de la casa de Mirtza donde llenábamos los globos de agua.

Una mas, jugábamos pelota mañana, tarde y noche. En vacaciones se organizaban los campeonatos de fulbito y nuestro barrio siempre participaba. Cada fecha era memorable, nunca campeonamos pero siempre demostramos ser un hueso duro de roer.

Otra razón; en verano era época de cosecha de ciruela y una vez al año íbamos a la campiña de San Nicolas a buscar el preciado fruto lo que se convertía en una de las aventuras mas fascinantes que jamás hayamos vivido.

Y la razón más importantes para que nuestras vacaciones siempre fueran inolvidables y únicas es que disfrutábamos como nadie de la playa. Los puertosupanos amamos el mar que es como nuestra segunda piel, y durante toda la época veraneábamos en las mejores playas del norte chico. Las teníamos a disposición sólo para nosotros. Para los "amigos del barrio" ninguna tan especial como "La Tarraya". Que más se podía pedir. Nuestras vacaciones las vivíamos en la gloria durante una 1/4 parte del año. Eso era vida.

Se podrá decir muchas cosas: que la vida no es igual, que la competitividad, que el status, que la modernidad, que la excelencia, que las deudas obligaciones y compromisos adquiridos, lo que sea. Pero como no añorar cualquier día de esos veranos despertando con el aroma a pejerreyes arrebosados preparados por mamá Pancha, prender la radio y escuchar a Diana Garcia presentar "The way we were" de Gladys Knight en su programa "Memories", salir a la calle y ver a mi viejo doblar la esquina de Chumbe llegando de la chamba para almorzar una sabrosa parihuela, por la tarde recorrer por la orilla del mar los 20 minutos que me separaban de mi playa favorita para zambullirme en sus cálidas aguas desde la peña de pejerrey, de regreso saborear una manzanilla (de planta) acompañado de un pan francés (del firme) con mantequilla y finalmente antes de dormir, salir a la puerta a recibir la refrescante brisa marina, respirar el aire porteño y contemplar a lo lejos la luz centelleante e inalcanzable del viejo faro que me hace guiños como invitándome a parar el reloj y detener el tiempo en ese instante ideal...

17 de enero de 2011

EL COMPLEJO

En aquella época, los sábados eran días de relax y "El Complejo" era el lugar casi obligado a donde se iba a practicar deporte, reunirse con los amigos, encontrarse con la "costilla" o simplemente pasar un buen rato. Este sitio estaba ubicado a unos 20 minutos del barrio por la zona de Leticia. Fue construido por PESCAPERU, con la finalidad de darle a sus trabajadores (y familias) un ambiente de esparcimiento y descanso. Pero con el tiempo, se convirtió en el punto de encuentro de toda la juventud del norte chico. Hasta este lugar llegaban supanos, barranquinos y, por supuesto, los porteños que nos enfrascábamos en arduos partidos de fútbol, fulbito y basket. Sus instalaciones contaban con varias canchas deportivas, también tenía una pista atlética, un ambiente para practicar juegos de salom y una zona de juegos infantiles. Además, la administración proveia de material deportivo como pelotas, uniformes, fichas para juegos de salón, etc. Era increíble ver, como todos los sábados por la tarde, este inmenso escenario se colmaba de jóvenes ávidos de hacer "vida sana", lejos de aquellas lacras y vicios que mucho mas tarde llegarían a nuestro terruño para contaminar el cuerpo y el alma de las generaciones siguientes. Al menos nosotros tuvimos la suerte de gozar nuestros años mozos sin drogas ni delincuencia.

Nuestro sábado deportivo comenzaba después de almuerzo. A la una de la tarde todo el mundo comenzaba a "remendar las zapatillas"; por lo general sólo contábamos con un par para hacer Educación Física, jugar en la calle e ir al Complejo y ¡tenían que durar todo el año!. Por eso nos volvimos unos tromes usando la "aguja capotera" y el "nylon". A punto de 3 de la tarde ya estábamos reunidos en la puerta de mi casa o en la esquina de chumbe para emprender el camino a nuestra cita con la gloria o el fracaso. El camino al complejo era toda una aventura. El periplo empezaba bordeando la chacra de don Bermudez (posteriormente al caer el muro se atravesaba la chacra para cortar camino). Al llegar al otro lado, avanzábamos unos 50 metros por el sendero que lleva de frente a la Panamericana por la casa de los Socla, caminado ese trecho, nos internábamos por una trocha de unos 500 metros que desembocaba directamente en la entrada del complejo. Era una caminata agradable porque se disfrutaba del campo, a lo largo de todo el recorrido habían arboles de pacaes y guayabas que nos brindaban su apetitoso fruto. Yo, particularmente, disfrutaba mucho de aquellos recorridos por la chacra.

Llegar a este inolvidable lugar (el complejo) era tener un reencuentro con gente amante del deporte y la amistad. Las tardes de los sábados eran de triangulares o cuadrangulares de fulbito, participar de un campeonato de futbolin o ping pong, de pasear por el campo de fútbol o dar una vuelta por los juegos infantiles. Cuántas tardes memorables tuvimos allí "los amigos del barrio", cuando ganábamos todos los partidos y volvíamos, ya casi anocheciendo, a nuestro 3er pasaje, extenuados, sin energías pero felices por haber sido los mejores. Claro que también tuvimos "tardes negras" de decepción que prefiero no recordar.

Todo eso y mucho más era El Complejo. Lamentablemente llegó el infausto terrorismo y nuestro refugio deportivo se convirtió en cuartel militar, los soldados pasaron a ser los únicos ocupantes. Triste final para un lugar que significó mucho en nuestras vidas porque nos dio esos ratos felices que tanto añoramos de aquellos días de juventud...

11 de agosto de 2010

HISTORIA DE UN FESTÍN

Cuando acabó la secundaria (año 1977) la mayoría de los amigos del barrio tuvimos que despedirnos y enrumbar a otras lugares en busca de un futuro que lamentablemente era imposible obtener quedándonos en Supe. Vicky y Rocío Navarro Ticona ya habían enrumbado unos años antes a Lima, Papi Romero, Ticky Paz, Richard Flores, Angel Cavero, los hermanos Collantes Rosales, Carlos y Mario Chavez, entre otros también se fueron a la capital a seguir sus estudios. Los hermanos Salas, Gilberto Romero, mis hermanos y Yo emprendimos rumbo norte y llegamos hace 33 años a Trujillo. En Supe se quedaron Joselito Chavez, Chana Camargo, Maqui Gomez, el loco Freddy Flores y paro de contar. Particularmente puedo afirmar que ese último año los lazos de amistad entre todos se hicieron mas fuerte que nunca, seguramente ya nos echábamos de menos ante la inminente separación y el "futuro incierto" que nos esperaba a cada uno de nosotros. Es así que recuerdo habernos reunido para Año Nuevo en mi casa (aprovechando que mis viejos se fueron de viaje) y nos mandamos una bomba de padre y señor nuestro. Tambien recuerdo la emotiva despedida que me hicieron en casa de Naysi (todavía conservo aquellas hojas en donde cada uno me deseaba lo mejor, nunca lo olvido). El caso es que, despues de separarnos, siempre estuvimos en contacto (via cartas) y cada vez que se presentaba la ocasión volvíamos al barrio para reencontrarnos (dia de la madre, fiesta de La Cruz, San Pedrito, 28 de Julio, Navidad, Año Nuevo). Yo creo que fue en esos reencuentros en donde se fueron forjando realmente nuestros lazos de amistad y hermandad que despues de tres décadas y a pesar de la distancia se mantienen sólidos e incólumes.
De todas las veces que nos encontrábamos a lo largo del año, eran las fiestas de Navidad y Año Nuevo las mas esperadas ya que era la oportunidad en que todos en su totalidad la pasaban en el Puerto. Nosotros a partir de la navidad del 78 comenzamos a organizar una fiesta que se hizo tradición por muchos años (en alguna navidad hare una reseña de lo que significaba para el grupo esta reunión). La cosa es que despues de la cena de pascua toda "la mancha" se daba cita en la casa del "Tio Carlos Angeles" y armábamos un fieston que duraba hasta el amanecer del 25. La costumbre era que ese día no se dormía y que después de un tamal mañanero y un ceviche a punto de once de la mañana, finalmente recalábamos a eso de la 1 o 2 de la tarde en nuestra "playita privada", La Tarraya. Nunca una resaca fue tan "agradable" como la de aquellos 25 de diciembre retozando en las arenas de esa caleta inolvidable y despejándonos de tantas horas de "desarreglos" dandonos un chapuzón en sus frescas aguas. ¡Qué mas se podía pedir! Así pasaba la tarde hasta que llegaba la hora del retorno.

Para quién pasa un buen día de playa después de haber celebrado a todo dar, durante el camino de regreso no pensamos en otra cosa que en llegar cuanto antes a casa para comer cualquier cosa puesto que el hambre nos agobia. Resulta que aquella tarde cuando ya estaba bajando por el cerrito para cruzar la pista veo a Mirtza Chavez (inolvidable amiga), parada en su puerta, invitando a todos los playeros a su casa. Picado por la curiosidad apuro el paso y al llegar junto a ella escucho que me dice "las palabras mágicas": 'Carlos pasa que te invito a comer un "conejo en punto de seco" que acabo de preparar'. Ustedes conprenderán que no dude un segundo en aceptar la propuesta, en parte porque estaba con un hambre de los demonios pero además porque Mirtza tenia fama de ser una excelente cocinera. Grande no sería mi sorpresa cuando al entrar veo a toda la gallada ubicada en sus asientos alrededor de una gran mesa y con un rictus de desesperación en sus rostros porque el festin no podía comenzar sin que el último de los invitados -un servidor- tomara su ubicación. Estábamos todos sin excepción. Inmediatamente vemos salir de la cocina a nuestra anfitriona con dos fuentes humeantes repletas de presas de "conejo" nadando en ese jugo característico del seco limeño. El aroma que inundó inmediatamente el ambiente sabia a dioses. Todo el mundo se abalanzo sobre la mesa en busca de una porción de aquel preciado manjar. No tardaron en salir sendas porciones de arroz para acompañar el banquete. Al cabo de 10 minutos solo quedaba en las fuentes algo de jugo. Alguién sugirió si había pancito para darle trámite al preciado "mejunje", al instante apareció una bolsa repleta de pan francés en la mesa. Tres minutos mas tarde las fuentes tenían el aspecto reluciente como si recién se fueran a usar. Fue un verdadero bacanal. Para mi era mi "primera experiencia" con el conejo y demás esta decir que fue uno de los platos mas exquisitos que he probado en mi vida. Para rematar nuestra diligente anfitriona saco una botella de "cañazo" para asentar la comida, mejor servidos ni en nuestra propia casa. El caso es que mismos Zavalas (una vez que comes embalas) ya nos disponiamos a emprender la retirada por lo que solicitamos la presencia de la anfitriona para agradecerle por tantas atenciones, cuando la vemos aparecer con el rostro a punto de reventar en carcajadas y en la mano una bandeja tapada con un mantel. De pronto nos pregunta ¿Saben lo que han comido?. En este instante todos nos miramos las caras de incredulidad como queriendo encontrar una respuesta tranquilizadora. Entonces la "gorda" comienza a levantar lentamente el mantel poniendo al descubierto las cabezas, frescas aún, de los animalitos que habiamos ingerido. Yo creía estar viendo visiones, lo que atribuí al vaso de cañazo que me habia empujado, pero un solo vaso no podía hacerme ver una cosa por otra y las cabezas que veían mis ojos no tenían orejas largas. No, no eran conejos. ¡Lo que teníamos frente a nosotros eran los restos de dos robustos "mininos"!. En ese momento mas de uno se llevó los dedos a la garganta tratando de regurgitar lo comido pero fue en vano. Por algo los felinos tienen uñas largas. La estampida fue general e inmediata. Lo último que alcanzé a ver fue a mi amiga Mirtza matándose de la risa con una mueca de satisfacción por haberse dado el gusto de habernos dado "Gato por Liebre" en el más fiel sentido de la expresión. Mis respetos gordita siempre serás una de las grandes ...



8 de agosto de 2010

LOS PAISAJES DE MI TIERRA

Puerto Supe, es un lugar que ha sido privilegiado por la naturaleza con paisajes de ensueño, entre los que predominan naturalmente sus hermosas playas (La Isla, El Faro, La Playa del Amor, La Zona del Muelle, La Tarraya). Desde temprana edad, una de mis mayores aficiones era recorrer cada rincón de mi añorada tierra y así, fui guardando en mi memoria los diversos paisajes que conforman Puerto Supe.
Si de apreciar el puerto en toda su extensión se tratara, tendríamos que subir al cerro que separa el puerto propiamente dicho y el barrio de La Victoria; Yo tenía la suerte de apreciar esa vista muy a menudo puesto que al regresar de la escuela 20524 (ex 410) en muchas ocasiones lo hacía "cortando camino" por el cerro. Tambien se tiene una vista espectacular desde el cerro del Faro y la ocasión para divisar el paisaje porteño era en verano cuando cruzábamos ese lugar para ir a la "playa del amor". Un par de veces tuve ocasión de subir hasta la que era "la casa de Luis Banchero", un chalet ubicado en lo alto del "cerro del elefante" (llamado así porque justamente al observarlo desde cierta posición semeja a un paquidermo), desde allí se tiene una vista privilegiada del muelle, el malecón y sus calles circundantes llenas de casitas de madera. Si de La Victoria de tratase, siempre me gusto observar el paisaje desde la peluqueria de "La Gaby", mi amigo Gabriel Naveda, desde allí apoyado o sentado en el muro de la entrada podías divisar por el frente las fabricas harineras con sus fumarolas, a la derecha se tiene una vista de la entrada al Puerto y por la izquierda el Parque de la Bandera, mas allá la curva y la zona de los 4 pasajes (yo vivía en el tercero) y al costado la calle por donde se llegaba al Club "Juventud Victoria". Un lugar al que le guardo un especial cariño es el "cerrito" que quedaba al frente de mi calle, allí se ubicaba una casona abandonada, la cual estaba circundada por inmensos arboles de eucalipto; desde lo alto de la loma de apreciaba por atras todas las fábricas, a un costado estaba el "puquio" donde había una pequeña poza que fue nuestra primera piscina, al otro lado se veia el camino que conducía a la playa y por el frente teniamos ante nosotros nuestro barrio de siempre.
Muchos paisajes especiales tiene mi tierra. La he visto desde la cumbre del cerro de Pan de Azucar y desde una lancha bolichera, desde la punta del muelle y de lo alto de la tolva de la Meylan, desde la curva de la Panamericana y del Malecón. Pero si tuviera que elegir escogería uno muy especial para mi, camino a la tarraya, pasando lo que llamábamos el corral de vacas (junto a La Carabela, última fábrica harinera) se llega a una pequeña loma desde donde se tiene, al menos para mí, la vista mas hermosa de toda la bahía. Desde allí he contemplado ciento de veces el eterno romance entre las azules aguas del Océano Pacífico y las orillas de las playas supanas. Y desde allí quisiera como último deseo, el día que Dios decida llevarme a su lado, que mis cenizas emprendan el vuelo hacia el encuentro con la eternidad...

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