21 de diciembre de 2011

REFLEXIONES DE FIN DE AÑO (I)

Es una verdad ineludible que el estilo de vida de las gentes ha cambiado de una manera sorprendente y hasta dramática diria yo. No se vive hoy como hace 30 o 40 años. Hoy todo es más rápido, más saturado, no hay márgenes, espacios ni tiempos suficientes. Ahora mismo estoy escribiendo sentado en el auto, aprovechando unos minutos mientras espero a mi esposa que ha bajado por una diligencia. Y es justamente en esta época de fin de temporada, de ambiente navideño y jolgorio por despedir un año mas (o menos), en que la diferencia a la que aludía al comienzo se hace más evidente.

Para muestra un ejemplo. En mi época el último día de clases marcaba el inicio de la mejor etapa del año: las vacaciones. Lo que quedaba de diciembre y los tres primeros meses del nuevo año (completitos desde el 1° de enero al 31 de marzo) eran días de extremo reláx, alegría plena y felicidad total. Y esto por muchas razones, algunas de las cuáles paso a mencionar:

La primera y fundamental es que no existía aquella frase de "VACACIONES ÚTILES" que traducida al lenguaje de los chavales versión 2011 podría equivaler a: "más de lo mismo" (más estudio, mas academia, piscina, tae kwon do, pintura, computación, y no se que otras cosas más que los mercaderes del summer business inventan para mantener ocupados a nuestros retoños mas tiempo del que lo hacían los profesores en el colegio).

Otro motivo que teniámos para gozar de las vacaciones es que era época de viaje, bueno mi familia siempre iba a Trujillo, lugar donde vivía la familia de mi madre. Nos reencontrábamos con los tios, los primos y salíamos a conocer lugares nuevos y diferentes. Recuerdo que una vez fui al estadio mansiche a ver un Manucci-Municipal sin saber que iba a tener la suerte de ver en persona las genialidades del "cholo" Sotil. Una experiencia irrepetible.

Una razón mas, en vacaciones nos juntábamos no solo los patas de siempre sino que también llegaban al barrio los primos y primas de muchos de ellos y se quedaban toda la temporada, tiempo suficiente para iniciar o fortalecer una linda amistad o algún romance de verano.

Otra; todo febrero se jugaban los carnavales como Dios manda: globos de agua, chisguetes, betún, polvos, pica pica y se remataba con el tradicional arbolito. Como no recordar ese lavadero de granito de la casa de Mirtza donde llenábamos los globos de agua.

Una mas, jugábamos pelota mañana, tarde y noche. En vacaciones se organizaban los campeonatos de fulbito y nuestro barrio siempre participaba. Cada fecha era memorable, nunca campeonamos pero siempre demostramos ser un hueso duro de roer.

Otra razón; en verano era época de cosecha de ciruela y una vez al año íbamos a la campiña de San Nicolas a buscar el preciado fruto lo que se convertía en una de las aventuras mas fascinantes que jamás hayamos vivido.

Y la razón más importantes para que nuestras vacaciones siempre fueran inolvidables y únicas es que disfrutábamos como nadie de la playa. Los puertosupanos amamos el mar que es como nuestra segunda piel, y durante toda la época veraneábamos en las mejores playas del norte chico. Las teníamos a disposición sólo para nosotros. Para los "amigos del barrio" ninguna tan especial como "La Tarraya". Que más se podía pedir. Nuestras vacaciones las vivíamos en la gloria durante una 1/4 parte del año. Eso era vida.

Se podrá decir muchas cosas: que la vida no es igual, que la competitividad, que el status, que la modernidad, que la excelencia, que las deudas obligaciones y compromisos adquiridos, lo que sea. Pero como no añorar cualquier día de esos veranos despertando con el aroma a pejerreyes arrebosados preparados por mamá Pancha, prender la radio y escuchar a Diana Garcia presentar "The way we were" de Gladys Knight en su programa "Memories", salir a la calle y ver a mi viejo doblar la esquina de Chumbe llegando de la chamba para almorzar una sabrosa parihuela, por la tarde recorrer por la orilla del mar los 20 minutos que me separaban de mi playa favorita para zambullirme en sus cálidas aguas desde la peña de pejerrey, de regreso saborear una manzanilla (de planta) acompañado de un pan francés (del firme) con mantequilla y finalmente antes de dormir, salir a la puerta a recibir la refrescante brisa marina, respirar el aire porteño y contemplar a lo lejos la luz centelleante e inalcanzable del viejo faro que me hace guiños como invitándome a parar el reloj y detener el tiempo en ese instante ideal...

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