25 de marzo de 2012

ADIOS GILBERTO




Nos conocíamos de casi toda la vida. Aunque Gilberto era casi 3 años mayor, quiso la casualidad, por aquel lejano 1970, que coincidiéramos en el mismo salón del tercer año de primaria de nuestra querida escuela 410 (después 20524). ¿Cuál fue esa casualidad? Un año atrás –yo todavía estudiaba en el San Judas Tadeo- jugando pelota, un viejo conocido llamado Toño Ramos colisionó con el flaco y le rompió la pierna, lo que a la postre le llevaría a perder el año escolar; así le di alcance. Éramos un grupo de mozuelos oriundos del Barrio de La Victoria, estaban Gilbert, Papi Romero, Joselito Chavez, Fernando Perea, Cesar de la Cruz, Ángel Cavero, entre otros. Gilberto siempre fue brigadier del salón por lo que desde esa época ya se preocupaba por estar bien presentable con el uniforme planchado, los zapatos brillando y el pelo bien acicalado; además era bien coco, prueba de ello es que siempre se sacaba los diplomas de aprovechamiento que entregaban en las clausuras. Esos años iniciamos nuestra amistad. Aunque fuera de la escuela no lo veíamos mucho, él vivía por la curva y la mayoría de nosotros éramos del segundo y tercer pasaje, los momentos que más recuerdo de aquella época era cuando el grupo, antes de ir a la escuela, se reunía en el muro al frente de la casa de papi y de allí nos íbamos al puerto un día por la playa y otro por el cerro, un día llegábamos con los zapatos mojados y el otro empolvados. El flaco siempre se las ingeniaba para llegar al salón en forma impecable.

Terminada la escuela, la mayoría fuimos a estudiar la secundaria al Billinghurst de Barranca, Gilberto tomo rumbo sur y paso al Vidal de Supe. Casi toda la secundaria perdimos contacto aunque de vez en cuando se dejaba caer por el barrio, algunas veces para jugar un partido de fulbito en el potrero que quedaba a la vuelta del tercer pasaje y otras de paso para ir a la chacra que tenía don Emilio, su padre. Givi Givi, como algunos lo llamaban, era bien hábil con la redonda, jugaba arriba cabreando y metiendo goles. A mediados de los setentas participábamos en cuanto campeonato de fulbito se organizaba y el flaco era titular fijo en cada equipo que presentamos, me viene a la memoria el Flecha Roja y Brasil, tremendos equipazos. También llegó a jugar en primera en el club de sus amores El Sport Juventud Victoria.

Al concluir la secundaria, en 1978 todos enrumbamos en busca de nuevos horizontes y mejores oportunidades. La mayoría de los patas recaló en Lima, yo viaje a Trujillo. Un año después nos volvimos a encontrar. Gilbert se vino a vivir con un tío cuya casa estaba ubicada en la misma calle donde residían los Landazuri (coincidencia). En Trujillo vivió 3 años y estudio contabilidad en un Instituto donde (otra coincidencia) enseñaba un tío mío. En esos años nuestra amistad se hizo más fuerte. Por acá estaba laborando un viejo amigo, Toño Ramos (más coincidencias), también por un tiempo estuvo César de la Cruz y mi hermano Luis ya había llegado , así que de vez en cuando todos nos reuníamos y pasábamos buenos ratos. Recuerdo que los sábados era obligado ir al cine y los domingos a misa de 7 pm en la Catedral, después una vuelta a la plaza de armas y rematábamos la noche comiendo un pollito en el ABC. Eran buenos tiempos, la vida tranquila, no teníamos ningún apuro por llegar a algún sitio y a la mínima oportunidad que se nos presentaba siempre había un bus en la ruta que nos devolvía a nuestro barrio, allá en el Puerto, para reencontrarnos con la familia, los amigos y nuestra tierra.

Cuando regreso a Supe (siempre volvía para quedarse) comenzó a trabajar en el área administrativa de la Capitanía, fue por esa época que comenzó a hacerse conocido como Romerito. Recuerdo que su jefe era don Toribio Núñez y le llego a tomar tanto aprecio que lo consideraba como un hijo. Fue precisamente don Toribio quien lo animó a estudiar en la Universidad. Después de varias idas y venidas siguió el consejo de su jefe y comenzó sus estudios de contabilidad en la Universidad. Por esos días se formó en el barrio un grupo muy especial y entrañable que conformaban Joselito, Freddy, George, el flaco y un servidor (cada vez que estaba). Creo que ninguna collera fue tan unida como aquella, íbamos juntos a todos lados, éramos uno para todos y todos para uno. Eran inicios de los 80s y fueron los mejores años de nuestra juventud. Lamentablemente, al cabo de un tiempo, cada uno tomó rumbos diferentes y nunca más volvimos a reunirnos.

Gilberto se fue a vivir a Lima a continuar sus estudios en la San Martin, fue allí precisamente donde conocería a la que después sería su esposa: Carolina, madre de sus dos hijas Carla y Alexandra. Un día se apareció por Trujillo de la mano de una joven, morenita ella, y nos comunicó, a Jacque y a mi (que éramos novios), que se habían casado y que estaban de luna de miel. Tuvieron el lindo gesto de llevarnos una buena porción de su torta de bodas; se les veía una pareja feliz y siempre comentábamos que después de tantas correrías nuestro amigo por fin había hallado la estabilidad y armonía que andaba buscando en la vida. Cada vez que me encontraba con él me hablaba con entusiasmo de su familia, de sus hijas, de la casa que estaba construyendo para ellas, de sus viajes a Ica donde pasaba momentos inolvidables, en fin creo que para él esos fueron buenos años y los disfrutó plenamente.

Entrando a los 90s también forme una familia, y así como él decidió que nuestra querida amiga Vicky fuera la madrina de su primogénita Carla, un día lo llame para comunicarle que iba a ser el padrino de mi hija Alejandra Belén, no lo pensó dos veces, acepto y viajo desde Lima para el bautizo. Ya desde hacía muchos años atrás nuestra amistad se había estrechado tanto a tal punto que ya lo consideraba como un hermano más y parte de mi familia, siendo este nuevo vínculo de compadres una muestra más del aprecio y estimación que siempre nos tuvimos. Años después viajó a los Estados Unidos persiguiendo el “sueño americano” que lamentablemente no pudo concretar. Al poco tiempo de su regreso al Perú, me entere con mucha pena que su matrimonio había llegado a su fin. Supongo que la incompatibilidad de caracteres fue el detonante. El caso es que “nuestro amigo” regresó nuevamente al barrio (siempre volvía, esta vez sería para quedarse definitivamente) y fijo su residencia en Barranca.

Ya estando en el siglo XXI, mis viajes al puerto se hicieron más esporádicos, y fueron pocas las veces que nos volvimos a ver. En algunas ocasiones se daba un salto por Trujillo y nos venía a visitar, en una de esas llegó con Karin, hacía poco que habían decidido ser pareja y se les veía muy bien. Estuvieron juntos un buen tiempo pero, al final, fue otro “intento fallido” en su constante búsqueda de una pareja que se amoldara a su forma de ser. Después, hace dos años más o menos, me enteré que una enfermedad letal lo estaba aquejando y que poco a poco le estaba ganando la batalla, hasta que finalmente el pasado 18 de marzo la perdió.

Gilberto era de esas personas que pasan por tu vida y la cambian de una u otra manera. Yo, personalmente, siempre lo veré como un ser que a pesar de haber acumulado mucha “experiencia” en la vida, siempre conservó el “alma de niño”. Nunca perdió ese aire juguetón, esa alegría desbordante y esa actitud inocente e infantil que nos deleitaba y contagiaba las innumerables ocasiones que disfrutamos de su compañía. Fue un amigo leal a carta cabal, siempre estaba dispuesto a compartir su tiempo y sus recursos, siempre estaba presente en el momento preciso. Era bohemio y divertido, fiestero y bailarín. Pero también fue un ser muy espiritual. Era uno de los pocos que usaba hábito en la procesión del señor de los milagros y se le veía a menudo cargando las andas de la Virgen del Carmen, la Cruz de Motupe o la Cruz de Pan de Azúcar del que fue fervoroso devoto. Y si de mujeres se trataba, el flaco siempre tuvo un magnetismo especial con el sexo opuesto lo que hacía que rara vez le faltara compañía; no sé cuantas le llegaron al corazón. Yo , al menos, lo vi muy ilusionado 3 o 4 veces. Creo que esa fue unas de las cuentas pendientes que dejó en este mundo, no haber podido mantener una relación estable y duradera en el tiempo, no haber podido consolidar una familia y un hogar que es lo que nos da la motivación para seguir luchando por algo y por alguien. Pero él era así, si algo lo caracterizaba era ese aire de libertad y desenfado que siempre lo acompañó y es por eso que muchos instantes de su vida la “soledad” fue su mejor compañera, la que nunca lo abandonó.

Hoy has emprendido el último viaje querido amigo y contigo te llevas una buena parte de lo mejor de nuestras vidas. El barrio no será el mismo sin tu alegría y tus ocurrencias. El camarada que siempre nos esperaba para dar inicio a la función se ha ido para siempre. Para quienes compartimos contigo un sinfín de momentos inolvidables va a ser muy difícil acostumbrarnos a tu ausencia. Pero la vida tiene que continuar y mientras tú, seguramente, ya habrás encontrado la paz y el amor de Dios; nosotros seguiremos, algún tiempo más en esta vida terrenal, añorando “aquellos años maravillosos” en los que tú fuiste el actor principal...

Hasta siempre amigo del alma…






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