27 de diciembre de 2020

HISTORIAS DE NAVIDAD

 A propósito de las fiestas festivas de fin de Año vienen a mi memoria dos episodios vividos aquellos años en la que solíamos retornar al barrio casi religiosamente para compartir con nuestras familias y con los amigos de siempre las celebraciones de navidad y año nuevo. Todo esto implicaba contar con los recursos para poder afrontar la seguidilla de compromisos que se programaban y que no podíamos dejar de asistir. En esa época la mayoría estudiábamos y casi siempre las monedas escaseaban en nuestros bolsillos, la mesada de diciembre se esfumaba en navidad y había que hacer malabares para conseguir recursos con vistas a la fiesta del 31 en el Victoria.

Es en este momento de mi relato que aparece un personaje entrañable e impensable que, por dos años consecutivos, nos solucionó el problema de las fichas. Me refiero al recordado Roberto Bel, mas conocido como el "loco Bel", quien junto a su familia poseían varios negocios relacionados a la pesca (pesquera Anabel) y agricultura. Estamos hablando de un 30 de diciembre de 1980 o 1981, estábamos un grupo de patas lateando en la curva, en la casa de Correa donde funcionaba el taller de tapicería de Julio Miranda, de pronto aparece el flaco Roberto, como enviado por Dios, buscando gente para un cachuelo. Éramos cinco o seis, no recuerdo bien, pero todos nos apuntamos, no faltaba más. Resulta que el loco tenía una casa en Chorrillos que nadie ocupaba por años y que necesitaba ponerla operativa en un santiamén porque su hembrita, que después sería su esposa, venía de Lima a pasar año nuevo y necesitaba urgente acondicionar su "nidito de amor". Al enterarnos de la naturaleza de la chamba pensamos que la cosa era pan comido, una limpiada, barrida, regada y asunto resuelto, billetito al bolsillo. Nada mas lejos de la realidad.

Ya desde la llegada al lugar nos dimos cuenta que la cosa no iba a ser tan sencilla. La fachada era inmensa y al entrar, después de recuperar la visión debido a la oscuridad total que nos sorprendió, nos encontramos con uno de los lugares mas lúgubre, atemorizante y olvidado que había conocido hasta entonces. Se trataba de una vieja casona de dos niveles, pero no de dos pisos. Me explico: lo que sería el primer nivel era un solo gran ambiente cruzado por callecitas bordeadas de piedras y que tenían nombres de ciudades. Todo el suelo era de tierra y lo único que había era unos cuantos muebles antiquísimos y destartalados que daba miedo tocarlos porque parecía que se iban a pulverizar. Habían unas redes que colgaban de las paredes a modo de decoración, pero  lo que también colgaban, y estaban por todas partes como una plaga, eras las telarañas, algunas de las cuales llegaban hasta el suelo. El segundo nivel, donde estaban los dormitorios, era una continuación del salón principal pero en subida debido a que la casa estaba construida pegada al cerro. Esta demás decir que todo en la casa estaba impregnado de una gruesa capa de polvo que se había acumulado desde tiempo inmemorial. Menuda tarea y gran faena en la que nos habíamos metido aquella calurosa tarde. El loco nos anticipó que no había corriente eléctrica, así que toda la chamba se haría en tinieblas y en un ambiente que, cada minuto que pasaba, se hacía mas tenebroso a pesar que todavía eran como las tres de la tarde. Bajo de su camioneta escobas, baldes, trapos y demás bártulos, nos informó que regresaría a las 7 de la noche y nos dejó. El primer conflicto que se creo fue decidir quienes limpiaban el salón y quienes  se "sacrificaban" yendo a los dormitorios. Decidimos que primero todos limpiaríamos abajo y después subiríamos por el resto. Fueron cuatro horas interminables que dedicamos a hacer mínimamente habitable aquel lugar digno de las mas escalofriantes películas de terror que había visto en mi vida. Recuerdo que solo uno de los tres dormitorios estaba presentable y, asumiendo que era el que ocuparían los tórtolos, tuvimos la deferencia de hacer una "limpieza de salón" dejando el ambiente lo mas pulcro posible para los lances que, por descontado, se librarían horas mas tarde. La cosa es que a la hora fijada llego el dueño de casa junto a su jerma, una flaquita que nos pareció simpática y buena gente. Roberto se sorprendió gratamente de lo bien que había quedado el lugar y procedió a retribuir el servicio prestado con una paga que alcanzó con crecer a solventar la celebración de los días siguientes.

Esta experiencia vivida hace 40 años siempre viene a mi memoria en estos días de diciembre y quisiera resaltar algunas reflexiones al respecto. Primero, el estar siempre consciente de nuestros orígenes en donde la vida en muchos casos era muy dura y siempre se andaba con lo justo y necesario; y esto es muy importante para tener siempre los pies pegados a la tierra conservando la humildad y la decencia. Segundo, el valor inmenso de la amistad porque episodios como el que acabo de narrar solo suceden cuando un grupo de carnales se pone de acuerdo para lograr un objetivo común y disfrutan del trabajo en equipo, esto sirve para hacernos mas solidarios y misericordiosos. En tercer lugar, la suerte de haber vivido en un lugar con tanta fantasía, con tantos rincones llenos de magia; el Puerto siempre será una fuente inagotable de historias por descubrir y contar. Y por último, el recuerdo imborrable de un personaje que, sin ser amigo del barrio ni haber tenido una cercanía importante, apareció en nuestras vidas en el momento preciso para dejar esa única huella que lo hace inolvidable. El Loquito Bel se fue de este mundo hace buen tiempo pero siempre lo recordaré por su talante bonachón y servicial, pero sobre todo por esa experiencia casi sobrenatural que viví en una casa de otro mundo, con amigos de otra época. 
Al comienzo mencionaba dos relatos, es cierto hay otra historia, pero eso será para otra ocasión ...

27 de febrero de 2020

CRÓNICA DE UN REENCUENTRO SOÑADO (Los Amigos de mi barrio 2)

"Algún día nos volveremos a encontrar, quizás en la Fiesta de la Cruz, o en San Pedro, de repente un 28 de Julio, una navidad o un año nuevo, a lo mejor en un caluroso día de febrero sentados en las arenas de la Tarraya o un domingo por la tarde en el estadio viendo un clásico Cristal-Victoria. Lo más probable es que sea un sábado por la noche en la esquina del 2do pasaje, fumando el último cigarrillo de la jornada."
Así terminaba mi relato sobre "los amigos del barrio", que escribí el 27/01/09, con la esperanza de que ese reencuentro se cristalizara "algún día". Y ese día llegó. Este 22/02/20, después de casi 40 años, nos volvimos a ver los amigos de toda la vida. Y, aunque fue un sábado de febrero, no fue en la esquina del 2do pasaje, sino donde tenía que ser: en nuestro querido Tercer Pasaje. En el año 1980, no estoy seguro si fue después de un paseo a la fortaleza de Paramonga o en una reunión en "las brisas" donde, presintiendo que, esa invariable costumbre de reunirnos 3 o 4 veces al año estaba llegando a su fin, hicimos la firme promesa de volver a juntarnos dentro de 10 años, ósea en 1990. Esa promesa nunca se cumplió y tuvieron que pasar cuatro largas décadas para ver al grupo nuevamente reunido.
Sospecho que, para todos igual que a mi, llegábamos a este momento con la inquietud de querer saber cuánto habíamos cambiado y qué había sido de nuestras vidas en este tiempo que transcurrió. Mi impresión ha sido rotunda: pareciera que el tiempo se hubiera contraído, es más, se hubiera estancado, porque después de los primeros abrazos y saludos, me dí cuenta que nada ni nadie había cambiado, que seguíamos siendo los mismos de siempre, como si esa reunión la hubiéramos planificado igual que como quedábamos en vernos en Pan de Azúcar después de haber compartido el Año Nuevo. Que alegría me invade el poder comprobar que esos lazos de unión, cariño y amistad que se forjaron hace mucho tiempo, permanecen incólumes e inalterables al día de hoy y, que con este esperado reencuentro, lo hemos reafirmado y reforzado.
Es cierto que hemos estado muchos, pero no todos. Las agendas de último momento, las distancias geográficas insalvables o la falta de contacto han jugado en contra para que muchos amigos no puedan haber participado; es comprensible y seguramente tendrán su oportunidad de desquitar la ausencia en la próxima reunión. Es cierto también que el grupo se ha incrementado porque ahora participan amigos, no solo de una, sino de dos o mas generaciones sin que se sienta la diferencia de edad a la hora de juntarnos a confraternizar. Todos somos una sola collera y esto, creo yo, que es una de los grandes aciertos que deja este episodio del sábado 22, con miras a futuros encuentros: ya no somos sólo un grupo de amigos íntimos, ahora somos una familia con una misma idea y un solo espíritu.
Todos los amigos que llegaron ese día al Tercer Pasaje son entrañables y cercanos. Todos colaboraron de una y otra forma con el éxito de tan memorable jornada. Quiero personificar a todos los que llegaron en una persona que, estoy seguro todos coincidirán, fue el alma del grupo en los primeros tiempos, que estuvo ausente por décadas y, a quien felizmente, hemos recuperado; me refiero a nuestro hermano: Jorge Tineo Godos. Yorch no nació en el barrio ni creció con nosotros; pero desde que apareció en nuestras vidas nos dio tal ejemplo de humildad, sencillez, sinceridad y perseverancia que se gano inmediatamente un lugar en los amigos del barrio. Creo, sin temor a equivocarme (parafraseando a mi viejo), que en Jorge se resume el espíritu, el corazón y la fortaleza de nuestro grupo. No te vuelvas a perder tanto tiempo estimado amigo.
En cuanto a lo que se vivió hace 5 días lo puedo resumir en dos palabras: emoción y nostalgia. Cada saludo, cada abrazo, cada gesto que se sucedieron a lo largo de todo el día fueron el marco perfecto para coronar una jornada inolvidable plagada de remembranzas y anécdotas que nos llevaban a otros tiempos. Cada recuerdo nos remontaba inevitablemente a esa etapa tan especial de la vida como nuestra adolescencia y juventud. Y la pasamos bien. Y nos sentimos contentos de haber compartido un instante de nuestras vidas con la gente que compartió nuestra vida en muchos instantes. Y recordamos con cariño y pena a los que se fueron muy pronto pero que siguen siendo parte de esta historia. Y brindamos por el bienestar y felicidad de cada uno de nosotros y de nuestras familias.
Y es cierto, volvimos a estar, un caluroso día de febrero, sentados en las arenas de La Tarraya. Volvimos a caminar sobre sus porosas rocas contemplando el inmenso azul del Pacífico y disfrutando de un merecido chapuzón en sus gélidas aguas como un fin de fiesta perfecto.
Algún día nos volveremos a encontrar, quizás en el tercer o segundo pasaje, de repente en un cumpleaños, una celebración o una despedida; a lo mejor un hermoso día de julio rememorando esa última caminata de hace 40 años o un domingo por la tarde disfrutando una pachamanca en la huerta de don Miro. Lo más probable es que sea un sábado cualquiera, en una esquina cualquiera compartiendo el último recuerdo de nuestras vidas. Hasta entonces ...

Que Dios los bendiga siempre.




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